11 de septiembre, diez años después

El 11 de Septiembre de 2001 fue uno de esos raros momentos de tan potente universalidad que cada uno de nosotros sabe perfectamente dónde estaba en ese momento y aún recuerda lo que pensó al enterarse.

En mi caso, siempre trotamundos, estaba por trabajo en Manaus, Brasil, pero allí también, en plena selva amazónica, llegaron en vivo esas extrañas imágenes de un avión que había chocado con un rascacielos. Y luego, pocos minutos después, eso pasó otra vez, y el escenario cambió drásticamente: de accidente a atentado, el más inverosímil de la historia. Sin que quedara claro de que se trataba. Un ataque, pero, ¿de quién? ¿contra quién? ¿de qué amplitud? Y cuando fue claro que el arma letal habían sido aviones cargados de pasajeros, me acordé que mi familia estaba volando en ese mismo momento, rumbo a esa misma ciudad de Manaus donde yo me encontraba.

Más allá de la angustia y del estupor que todos vivimos en esos momentos de incertidumbre, no hay duda que el 11S haya sido un momento decisivo para el mundo. Hay un antés y después el 11S. Entonces pensamos que nuestra vida cambiará para siempre, rehén de una amenaza terrorista que parecía imparable, multiforme, sutil. Diez años más tarde sí ha cambiado, pero no necesariamente debido a ese terrorismo que tantos miedos nos inculcaba.

Si algo describe el mundo de hoy, creo que su extraordinario grado de incertidumbre. Yo nací en un mundo aparentemente estático, donde todo estaba descrito de antemano y parecía inmutable: dos sistemas – guía que parecían eternos, los buenos y los malos claramente identificados. Y, desde el punto de vista de las perspectivas personales, el camino estaba claro: unos buenos estudios llevarían a une buena colocación profesional, casi segura si se había “hecho lo correcto”. Después cayó el muro y acabó la Historia, se dijo. Al revés, desde entonces ella se volvió más imprevisible que nunca, y nos tomó por sorpresa en múltiples ocasiones, a pesar de todos los análisis.

Uno de los momentos emblemáticos de cambio fue el 11S, ese ataque a una América que se creía y creíamos invencible e intocable. De ese 11S no nos sorprendió solo su dinámica audaz e inesperada, sino también la constatación que dábamos por natural que el mundo fuera asimétrico: la superpotencia podía golpear donde quisiese, porque podía, sabiendo que en un mundo pos – nuclear y de la caída de la URSS era inalcanzable. Muchos mencionaron los cientos de miles de muertos en guerras con participación americana, comparándolos con los SOLO 3000 caídos del 11S: es una discusión en la cual no quiero entrar, porque considero que una sola vida es de todas formas un precio demasiado alto para las ambiciones políticas de alguien. De cualquier nacionalidad. Si no, basta con cerrar los ojos y ponerse a contar, asociando cada número a un rostro conocido. Me parece un modo simple para imaginarse, más allá de las vulgarizaciones cinematográfico – periodísticas, que significa de verdad una guerra o un atentado.

Sin embargo, la “muerte en directo” del 11S y América golpeada en su propio terreno fue una imagen de potencia incomparable. Entonces pensamos que el terrorismo podría ganar realmente la partida, poniendo en vilo ese estilo de vida occidental que durante tanto tiempo habíamos definido como el único que valiera la pena seguir, el inevitable punto de llegada indicado por Fukuyama, que todas las otras sociedades y culturas no podían no desear.

La reacción al 11S fue brutal: la guerra al terrorismo se convirtió en el escenario único, casi monotemático. El terrorismo golpeó más veces: Bali, Madrid, Londres. Se evocaron los escenarios más inverosímiles de posible atentados, porque después del 11 S todo se había vuelto posible, por ejemplo atacar con líquidos o con micro-bombas escondidas en los zapatos. Más allá de los excesos del Patriot Act y de los inventos (porque el terrorismo se convirtió también en un arma de propaganda en manos de gobiernos en pérdida de control: nada mejor para apuntalar popularidades decrecientes que informar de improbables atentados prevenidos, de los cuales sin embargo carecían “por razones de seguridad nacional” los detalles concretos, que después perdían importancia una vez pasada la noticia), el mundo no cayó a manos de terroristas o califas, como se imaginó entonces , siguiendo el parámetro de las “guerras de civilización”.

Los Estados Unidos atacaron el Afganistán de los talibanes, santuario de Al Qaeda y después aprovecharon para llevar a cabo planes preexistentes para atacar también Iraq y desde allí difundir, en efecto – dominó, la democracia en el mundo árabe. Pero como el efecto – dominó no se había concretado en el sudeste asiático cuarenta años antes, tampoco lo hizo esta vez, frustrando el enfoque neocon de exportación de la democracia. En passant, la autoproclamada superpotencia, ya herida por el 11S, descubrió que dicha conclamada superpotencia militar no servía para ganar los conflictos del siglo XXI, que sin embargo sí ampliaron de forma dramática la deuda pública americana, con consecuencias ahora evidentes.

El camino militar para derrotar al terrorismo no sirvió, pero la cooperación en materia de inteligencia sí: a pesar de los muchos atentados ocurridos desde 2001 a hoy, el terrorismo como amenaza ha en la práctica desvanecido, y el modo de vida que conocíamos ha vuelto en buena parte.

Los europeos fuimos solidarios con EE.UU después del 11S, salvo alejarnos poco después del camino histérico emprendido por la administración Bush: en la década siguiente colaboramos a la lucha contra el terror, pero siempre atentos a hacer lo menos posible. Si el anti – terrorismo podía haber sido un nuevo aliciente para fortalecer nuestra integración y hacerla apta a enfrentase a los desafíos del siglo XXI, esta ocasión también la perdimos. Como siempre, preferimos mirarnos unos a otros, esperando que alguien nos quitara las castañas del fuego (salvo criticarlo por sus excesos, como es natural).

Las relaciones de occidente con el Islam se complicaron mucho después del 11S, que dio lugar a olas de intolerancia que han dejado una marca: las relaciones con el mundo musulmán de sociedades además a cada vez mayor presencia musulmana sigue controversial, y sin encontrar solución clara, como puesto en evidencia por los incendios en las banlieus francesas y los desordenes en las británicas. No disponemos todavía de un modelo ideal para la convivencia serena con el multiculturalismo, en un mundo cada vez más global en el cual sin embargo pensamos de podernos salvar volviéndonos ultra provincianos.

El terrorismo perdió su batalla no solo porque la lucha coordenada contra él ha sido exitosa, sino sobre todo porque el poder de atracción de Al Qaeda, muy fuerte en 2001, desvaneció, y los jóvenes musulmanes de hoy quieren democracia y oportunidades, como demostraron en una primavera araba aún en pleno desarrollo y de destino incierto. Pero que de todas formas cambiará el mundo musulmán en profundidad.

Occidente, obsesionado con el terrorismo, descuidó el otro fenómeno que sí cambiaría de verdad nuestra forma de vivir: la emergencia de Asia y de los otros países de crecimiento rápido, que puso en evidencia las debilidades que occidente alimentó en las décadas en las cuales nos creiámos los dueños del planeta. Las deudas excesivas de EE.UU. y Europa son el resultado de décadas de no – decisiones, en las cuales creíamos poder dictar las reglas del juego al resto del mundo, barriendo sin embargo generosamente para casa. Mientras estuvimos pensando que Bin Laden fuera el enemigo, el mundo cambió, y áreas del mundo antes bloqueadas por problemas endógenos han emprendido con fuerza la senda del crecimiento. Creímos que la clave sería resolver el problema de falta de buen gobierno en el mundo árabe para no correr riesgos, y nos descubrimos obligados a competir – o no competir, con chinos e indios, en ese mundo plano definido por Thomas Friedman que fascina pero asusta. Con consecuencias hasta poco imprevisibles sobe derechos y situación que creíamos adquiridos para siempre. Que complican nuestro futuro personal, mucho más incierto de cuanto estamos dispuestos a aceptar.

Sí, pasaron diez años del 11S, y el terrorismo ha sido probablemente derrotado, pero las incertidumbres a las cuales nos enfrentamos no son menores: una vez más, la Historia nos ha cogido desprevenidos.

Stefano Gatto, 11.9.2011.

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