¿Qué futuro para Italia y España?

(Versión española del artículo publicado el 14 de julio de 2011 en el web magazine Lo Spazio della Politica). http://www.lospaziodellapolitica.com/2011/07/ce-un-futuro-per-italia-e-spagna/

En los últimos dos meses, España e Italia han estado en el ojo del huracán financiero, como se había temido durante bastante tiempo que llegaría a pasar.

 En estas semanas, toda la atención de los mercados ha ido dirigida a las perspectivas de corto o más bien cortísimo plazo: el diferencial entre los tipos de interés pagados por los diferentes países de la zona euro ha ido variando a diario, incluso por momentos, y sobre esta realidad se ha centrado la atención de la prensa, que transmite la idea que Italia y España, como antes Grecia, Irlanda y Portugal, estén a punto de «quebrar».

No es realmente así e incluso el euro no está tan en peligro como comúnmente se cree: ¿no llama la atención que, a pesar de todas estas tensiones y de la supuesta crisis «sistémica» del euro, la paridad del la moneda europea con el dólar se haya mantenido estable desde el comienzo de las turbulencias?

En este artículo, presentaré otra perspectiva acerca de «mis» dos países, él de nacimiento y él de adopción, centrándome más en sus perspectivas a medio – largo plazo, a mi manera de ver bastante más preocupantes y aún así bastante ignoradas.

Los problemas de Italia y España son al mismo tiempo parecidos y distintos. Ambos países comparten el malestar europeo, especialmente agudo en su caso, que no es tanto el endeudamiento cuanto la baja tasa de crecimiento sobre períodos largos, sobre todo en el caso italiano, y las escasas posibilidades de reanudar con tasas de crecimiento apreciables, a menos que no se efectúen reformas substanciales que den sus frutos en los próximos años. Pero se trataría de autenticas revoluciones copernicanas de sus sistemas productivo y educativo que no se ven como probables.

Otras características distinguen a Italia y España: Italia no crece de forma substancial hace ya una década, y tiene una deuda acumulada mucho más grande, sobre la cual no se ha actuado en los años del euro (como hizo por ejemplo Bélgica, que en la época de Maastricht tenía una deuda acumulada aún mayor que Italia, y desde entonces la redujo al 80%, mientras la italiana se ha quedado igual a pesar de la reducción de los tipos de interés sobre el euro, lo cual es como decir que el gasto corriente ha aumentado).

España creció mucho en las últimas décadas: incluso en los años anteriores a 2008 lo hizo mucho más que sus socios europeos, para después caer más que los otros a partir de 2009.

El milagro español, desde los setenta en adelante, redujo en buena parte el retraso acumulado en comparación con el resto de Europa y constituye un caso modelo de estudio, parecido al milagro italiano de los años sesenta – primeros setenta: punto común a ambos la convergencia europea, conditio sine qua non de ambos procesos de desarrollo. En el caso italiano, el crecimiento fue alimentado por infraestructura e industria, en el caso de España por infraestructura y servicios: infraestructuras que hubiera sido imposible hasta imaginar fuera del marco europeo.

La crisis de 2008 golpeó más fuerte a España, pero no porque la situación italiana fuera mejor. De hecho, la razón por la cual Italia se había mantenido aparentemente a salvo de lo peor de la crisis fue su relativa marginalidad en los mercado internacionales, fenómeno que en los años noventa había arrastrado la que por corto tiempo fue la quinta potencia económica  hacia la cola en todos los principales indicadores económicos, en compañía de Portugal y Grecia, países cuyo tejido económico es infinitamente menos consistente. La acumulación de muchos retrasos, especialmente evidente en los años de no – decisión de la Segunda República, se ha traducido en un impactante reducción de las inversiones extranjeras. Hace años que ya no se invierte en Italia, país que reúne todos los elementos de una «tormenta perfecta» para asustar a los inversores: inestabilidad política, sistema judicial poco eficaz, constantemente bajo ataque del principal líder político del país, baja competitividad, combinación entre alto coste del trabajo y escasa especialización tecnológica, sociedad poco abierta a la innovación, muy conservadora y poco dispuesta hacia la competitividad.

Todos estos factores hicieron que muy pocos inversores mirasen con interés a Italia: desde los años noventa, decenas de otros países han presentado condiciones más favorables para la inversión, y el envejecimiento estructural del país está a la vista: de país de vanguardia del sur de Europa en los años setenta, Italia se ha convertido en una tierra de nadie, situación reflejada perfectamente por unas tasas de crecimiento casi planas. Por otro lado, hasta los empresarios italianos para sobrevivir han tenido invertir en otros países.

España tuvo una evolución diferente: el crecimiento sostenido de la demanda interna, que Italia había experimentado en los sesenta – setenta, en España se dio hasta los ochenta – primeros noventa. Desde entonces, España infló el crecimiento estimulando dos sectores: el inmobiliario y el financiero, renunciando de hecho a ser competitiva en otros sectores.

El crecimiento «dopado» español, bien gestionado tanto por los gobiernos socialistas de Felipe que por los populares de Aznar, que acentuaron el proceso de finanziarización de la economía española, dio excelentes resultados macroeconómicos hasta 2008.

Otro factor de éxito para España, cuando comparada con Italia, fue el mucho mejor uso de los fondos estructurales para reorganizar el país, reduciendo las diferencias regionales: la brecha entre Norte y Sur se redujo en España mucho más que en Italia, a pesar de que Italia tuviera mucho más tiempo para hacerlo. No entraremos aquí en el análisis pormenorizado de las razones, que se puede resumir en una mucho mejor capacidad de gobierno a nivel central y local.

Desde 2008, Italia se conformó con la idea peregrina que estuviéramos mejor que otros: en realidad, caíamos desde más bajo: no podíamos perder inversiones que ya no recibíamos, reducir tasas de crecimiento ya mínimas, y nuestro sistema financiero no se había metido en inversiones especulativas no ya por clarividencia sino por puro conservadurismo.

España cayó con estrépito porque su modelo de crecimiento, totalmente compartido y alimentado por los dos principales partidos políticos y sus apéndices financieros, mostró sus límites cuando le faltó oxigeno a la llama financiera, que alimentaba el mercado inmobiliario. Además, también el ciclo de grandes inversiones infraestructurales está prácticamente acabado.

En España, es inútil que PSOE y PP se crucifiquen uno a otro: hasta la crisis, nadie había puesto en discusión los fundamentos del sistema, ignorando la existencia de síntomas inquietantes, como el absurdo precio por mq. de los inmuebles españoles, muy superior al de economías más fuertes como la francesa o la alemana, el excesivo endeudamiento de las familias o la excesiva cantidad de inmuebles en el mercado (700.000 casas sin vender en la actualidad).

Italia, menos expuesta a los aspectos peores de la crisis global, se escondía detrás de lo «menos malo» de sus indicadores post – 2008 para engañarse a sí misma y alimentar el falso reformismo de sectores políticos y sociales profundamente conservadores y ajenos al concepto de competitividad, enemiga mortal de una comunidad empresarial que desde siempre ha hecho negocios aprovechando de los resquicios de los  mercados. Italia parece rehuir la modernidad, con tal de mantener equilibrios imaginarios al márgen de la globalización, como si esto fuera posible, sin entender que el mundo ha cambiado irremediablemente y que se trata de un suicidio, que empuja hacia abajo los niveles de vida que su población daba por garantizados.

En los años pasados, gobiernos de verdad liberales y reformistas hubieran debido llevar adelante una política económica que tuviese como objetivo estimular el crecimiento mediante una modernización de la estructura productiva nacional teniendo en cuenta la nueva realidad global: no olvidemos que hace no más de diez años el modelo alemán pareció agotado, y ahora se ha vuelto más fuerte que nunca. En lugar de mirar en esa dirección, non enzarzamos en trasnochadas polémicas entre liberales y «estatalistas», cuando los pseudo – liberistas italianos han siempre hecho su agosto aprovechando de su acceso al poder político, y son a menudo más estatalistas que los que creen a un papel para el sector público en la economía: de hecho, los gobiernos de centro – izquierda no han sido menos reformistas que los de centro – derecha en esta materia, y probablemente lo hayan sido más.

Los presupuestos generales con cortes uniformes aplicados por el ministro Tremonti han sido necesarios en términos contables, pero ponen en evidencia la incapacidad de la política de ejercer el liderazgo que le compete en la toma de decisiones que afectan a la sociedad. Los presupuesto generales neutros en los primeros años para volverse restrictivos en los años posteriores (cuando el gobierno será otro) son un truco tan obvio que fue inmediatamente desenmascarado por los mercados, obligando no a una sino a dos revisiones en un solo mes.

Durante meses, Tremonti siguió una política de bajo perfil, dirigida a mantener bajo el diferencial entre los títulos italianos y los alemanes. El punto a favor de Italia era (y sigue siendo) la cantidad limitada de deuda italiana en manos extranjeras (ya sabemos que esta es una de las consecuencias del nuevo aislamiento italiano) y los importantes activos de las familias italianas (cuando les españolas están sobre-endeudadas). Factores reales, pero que pueden no ser suficientes para calmar los mercados, como ya puso en evidencia el caso irlandés: los que estaban endeudados eran los bancos, no el sector público, pero el riesgo de contaminación llevó a un paquete financiero en apoyo al estado irlandés y así permitirle apoyar a su vez a los bancos. Uno de los problemas actuales de Europa es que a problemas diferentes corresponden remedios parecidos: sería probablemente útil saber diferenciar un poco más la naturaleza de las diferentes situaciones para poder ofrecer soluciones adecuadas.

En el caso de Italia, al haber faltado la tranquilidad macroeconómica gozada hasta ahora a pesar de la deuda, se derrumba el castillo de naipes del ministro Tremonti, volviendo obligatoria una corrección drástica de ruta que este gobierno no ha podido hacer que cortando todo gasto con lógica de cirujano en un campo de batalla. ¿El próximo gobierno será  su vez capaz de reorientar la política económica de forma más racional? De momento, no es que un deseo. La cuenta, sin embargo, podría resultar al final muy cara a medida que el tiempo va pasando. El problema italiano sigue siendo más estructural que financiero: se imponen decisiones estratégicas de largo plazo que no se ven el debate político. ¿Qué Italia se quiere construir? Un país pos-industrial, a partir de sus excelencias productivas residuales o un país edificado sobre los pilares españoles de finanzas, inmuebles y «buen vivir»? ¿Un país abierto a la innovación, en la cual canalizar la conocida creatividad italiana o uno en el cual sigan prevaleciendo las actitudes conservadoras que engañan a los italianos haciéndoles creer que la globalización no va con ellos? ¿Un país en el cual se abran posibilidades para los jóvenes o estos tengan que resignarse a aceptar las reglas del pasado o esperar eternamente a su Godot? ¿Un país para gobernarlo con fórmulas simplificadas y ya derrotadas por la historia (el ultra liberalismo de Berlusconi o el la vuelta al estado benefactor de la izquierda crítica) o uno en el cual se intente convencer a los italianos que hay que aceptar el desafío de la competición global y ponerse juego a partir de sus propias fuerzas, no esconderse detrás de sus propias flaquezas?

La Segunda República, a pesar de las buenas intenciones de unos y otros, todavía no ha tocado los nudos esenciales de los problemas italianos. Se ha hecho siempre política de corto plazo, aún cuando tanto los gobiernos de Prodi como de Berlusconi hayan intentado hacer algo. Pero se ha conseguido poco, muy poco  El problema financiero es grave, pero se puede atajar, especialmente manteniéndose firmes dentro de la zona euro: el problema de la deuda excesiva de la eurozona había tocado hasta ahora solo países que representan 6% del PIB europeo, y aún más grave es el del endeudamiento americano. Pero el euro no caerá, aunque en este momento en el cual los problemas se han ampliado a economías europeas mayores, es necesario que las soluciones pasen de financieras a políticas: la iniciativa Merkel – Sarkozy va en parte en ese sentido, pero hay que ahondar aún más en esa dirección: hay que encontrar la forma de reanudar con el crecimiento, no solo cortar gastos (aunque todavía se pueda hacer mucho para racionalizarlo).

En el caso de España, el problema es muy serio, porque la receta propuesta por el PP, que ganará las próximas elecciones, es una vuelta sin cambios al modelo aznariano que dominó la escena de 1996 a 2008 (incluso en los años de Zapatero, que no rectificó en nada la línea económica): estabilidad macroeconómica (muy bien), finanzas e ladrillo. Los programas del PP no dejan ver nada más que esta confianza en la vuelta atrás, haciendo creer que el mismo guión que tuvo éxito en el pasado volverá a tenerlo ahora. Pero en 1996 los motores del crecimiento mundial eran Estados Unidos y Europa, ahora lo son China, India, Brasil y los otros emergentes: España no se insertará en estos flujos construyendo aún más casas de veraneo y campos de golf. Por lo contrario, sería necesario volver a pensar la estructura económica del país, acompañando a la competitividad en los servicios otros factores de crecimiento. Innovación, tecnología (única excepción notable en España, las energías alternativas), competitividad. Todos factores ausentes en el debate político, que se agota en temas importantes pero ya no centrales, como el terrorismo (derrotado y ya sin oxígeno) y el pretendido «desmembramiento» de España, imagen teórica repetida a la saciedad en busca de votos pero vacía. El PP ya ha ganado las próximas elecciones debido a la crisis económica, los otros temas deberían ser aparcados para concentrar esfuerzos en el tema – clave: ¿qué quiere ser España en el siglo XXI? Quiere limitarse a convertirse en un gigantesco parque temático o tiene ambición de afirmarse como un país de valor añadido, capaz de competir y crear?

De mi punto de vista, el problema de España e Italia no es tanto financiero cuanto político: estos dos países han delegado a la dimensión europea su capacidad de desarrollar proyectos y visiones, pero se encuentran con dificultades para recuperarla cuando Europa misma se limita a razonar en términos financieros. Las preocupaciones por el euro son fundadas pero también exageradas. Las mismas fuerzas especulativas que debilitan al euro no quieren su fracaso, sino más bien su limitación, poniendo en evidencia los límites políticos de Europa, en mano a una generación política incapaz de mirar a lo lejos. Esperando al yuan, a muchos les conviene que un mundo con tres monedas de referencia tarde en concretarse. Sin embargo, es un desarrollo inevitable, al cual el euro contribuirá.

También la obsesión contra los bancos tanto de moda es sesgada: a la crisis de 2008 se respondió mucho mejor que a la de 1929. Sin las intervenciones coordinadas para apoyar a los bancos el mundo habría entrado en una recesión catastrófica, y no olvidemos que los bancos devolvieron ya los capitales prestados por los gobiernos en los momentos de mayor dificultad. El verdadero problema es la rarefacción de los nuevos créditos, no el supuesto egoísmo de los bancos.

La crisis italo – española es en conclusión más una crisis de concepción de la política, que pone en evidencia su incapacidad para moldear el futuro en la era global: estamos tan apegados a la idea de nación que en momentos de dificultad pensamos aún poder aislarnos y salvarnos solos, ahorrándonos sacrificios y decisiones difíciles. El problema no son tanto las deudas que vencen mañana, sino la ausencia de verdaderos debates sobre el futuro que queremos.

 14 de julio de 2011, versión española 30 de agosto de 2011

2 comentarios en “¿Qué futuro para Italia y España?

    • Efectivamente Natalia, lo económico y lo social siempre van juntos. Yo creo que en el caso español ha habido un fallo de concepción del modelo o, mejor dicho, se ha dado por bueno de forma acrítica un modelo de crecimiento que tuvo sus virtudes pero que precisaba ser complementdo por otros aspectos. En este sentido, España se encuentra ahora poco preparada para enfrentar la competencia mundial: en los años de vacas gordas se podía haber hecho más, rehuyendo demasiada complacencia consigo mismos.
      En el caso de Italia, el problema de fondo es el extremo conservadurismo de la sociedad, que impide verdaderos cambios, en política como en cualquier otro aspecto. Es una sociedad bloqueada.
      Lógico que cuando la economía no crece disminuyan también las posibilidades de satisfacer a las necesidades sociales: en el mundo actual, hay menos raciones de tarta para los europeos que las que estuvimos acostumbrados a tener.

      Gracias por tus comentarios.

      Stefano Gatto

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